LA HISTORIA ORAL Y EL HISTORIADOR
PAUL THOMPSON[1]
HISTORY TODAY
Junio de 1983, Vol 33, Nº 7.
Primera traducción 1990,
Traspasado a Internet Noviembre
2006.
Publicado en este Blog 2021.
La historia oral
es al mismo tiempo las más nueva y la más vieja forma de historia. Los primero historiadores profesionales
fueron los portadores de las tradiciones de sociedades iletradas. Sus descendientes aun pueden ser encontrados
en nuestros tiempos en los juglares[2]
de las villas africanas, los que pueden recitar de memoria la genealogía de las
familias dueñas del lugar, las dinastías de los jefes y los sucesos de
desastres naturales y políticos, sobre hasta diez generaciones en el pasado
distante. Tampoco el uso de recursos orales terminó con la aparición de la
habilidad para leer y escribir. Estos fueron altamente valorados y recordados
como un camino más confiable hacia la verdad que los documentos solamente, por
casi todos los mayores historiadores, hasta el siglo XVII: por Heródoto, por
Bede, por Guicardini e incluso por el escéptico Voltaire. Fue el método de Voltaire al escribir la vida
y los tiempos de Luis XIV que Samuel Jonson destacó con especial aprecio
cuando, después de su viaje a las Hebridas en 1773, tomaba desayuno con el
filósofo historiador William Robertson, Rector de la Universidad de
Edimburgo. Jonson le solicitó con
entusiasmo a ocupar su mente a escribir la historia del levantamiento de 1745
antes que fuera demasiado tarde, porque “mucha
de la gente que se levantó en armas entonces estaban muriendo, y ambos, los Whig[3]
y los Jacobinos estaban ahora entendiéndose con moderación”. Había sido un
especial merito de Voltaire que él:
Vivió mucho con todas los grandes personajes que
estaban relacionados con ese reinado (de Luis XIV), y les había oído hablar de
todo; y por lo tanto o tomaba el camino de Mr. Boswell de escribir todo lo que
había oído, o, lo que es igual de bueno, lo preservaba en su memoria, porque él
tenía una memoria maravillosa.
El verdadero historiador
usa muchas clases de evidencia, pero tal como Jonson recordaba a Robertson en
tonos melodiosos que, “toda historia fue
primero historia oral”.
El aspecto de
novedad de la historia oral viene de la grabadora de cinta. Ya no es necesario para el historiador
confiar en las notas “a la manera del Sr. Boswell”, o en una memoria
entrenada. La grabadora nos ha provisto
con medios para capturar la palabra hablada de la misma manera que la pluma
fuente y la máquina de escribir pueden documentar las comunicaciones más
formales del lenguaje escrito. Más aún,
es solo una de una serie de innovaciones técnicas, incluyendo el teléfono, la
radio y la televisión, que han cambiado decisivamente el balance de influencia
y poder, de vuelta desde el lenguaje escrito al hablado, durante el siglo XX.
Esta claro que, incluso en Gran Bretaña, aún el país más letrado del mundo, una
historia de finales del siglo XX, basada solo en fuentes escritas tales como
cartas, minutas y diarios, fallaría en captar una gran proporción de lo que fue
importante, tanto para la vida cotidiana como la social, e igualmente al nivel de
la toma de decisiones políticas y económicas. Y si esto es así para Gran
Bretaña, ¿cuanto más es para esos otros países donde se niega el acceso a los
documentos oficiales, la prensa es censurada y la oposición opera a escondidas
o en armas? Sin embargo los
historiadores han sido lentos para aceptar este cambio. ¿Por qué?
Creo que hay
tres razones. La primera es una
consecuencia del desarrollo de la historia académica profesional durante el
Siglo XIX. Hasta ese punto no había habido claras divisiones entre la historia
y las ciencias sociales, o entre el estudio del pasado y el presente. Uno puede ver esa igualdad en los trabajos de
historiadores como Michelet en Francia y Macaulty en Inglaterra, cuya
preocupación central fue comprender a través de la historia, la política de su
propio tiempo (y ambos, incidentalmente, hicieron uso extensivo de fuentes
orales y escritas); o por otro lado, en la interrelación entre historia y
teoría en los trabajos clásicos de Adam Smith o Kart Marx. Pero al final del siglo se había establecido
una nueva clase de historia en las universidades europeas: una intelectualidad
de otro mundo preocupada en el estudio del remoto pasado medieval mediante el
desciframiento de manuscritos latinos.
Su inspiración fue alemana. En
Alemania las universidades estaban mayormente en ciudades provinciales y
separadas de los problemas tanto de la política como de la industrialización;
aquí los académicos eran profesionales académicos, ansiosos de excluir a sus
rivales estableciendo habilidades especiales para sus disciplinas. La solución
se encontró enfatizando la formación en métodos particulares; para el
antropólogo, la jornada de trabajo de campo, para el historiador, el
manuscrito. De allí que el slogan para
la nueva historia se convirtió en “Sin documentos no hay historia”.
Esta definición
profesional ha calado hondo en la conciencia de los historiadores. El uso de fuentes orales continuó de hecho en
ciertas formas de historia hasta la revivificación del método en las dos
últimas décadas, pero en una forma encubierta – que ha hecho que el
reavivamiento parezca más radical de lo que fue en realidad. Las entrevistas siempre han sido usadas, por ejemplo,
en la biografía política moderna. Ha
sido una práctica estándar en la historia laboral, en parte debido al ejemplo
de los primeros grandes practicantes de esta especialidad histórica, Sydney y
Beatrice Webb – quienes, significantemente, también estuvieron entre los
últimos mayores historiadores que fueron igualmente eminentes como cientistas
sociales y como políticos activos. Aun
así, por muchos años, incluso aquellos historiadores que usaron las entrevistas
como una fuente, fueron reacios a citarlas abiertamente. A lo más, eran
referidas discretamente en su introducción, como si ellos también aceptaran el
canon profesional que eliminaba al tratamiento de una historia oral como un
documento verdadero.
Consecuentemente
– y esto nuevamente ha causado vacilaciones entre los historiadores – la
reevaluación de la fuentes orales surge menos del desarrollo dentro de la
disciplina que de los cambios en el mundo social e intelectual en el que los
historiadores se encontraron trabajando después de 1945. Primero estuvieron los dramáticos alzamientos
políticos que en muchos países pusieron en el poder a grupos y clases sociales
sin una historia escrita: en África y Asia a los movimientos nacionalistas, en
Europa a los luchadores partisanos y libertarios, y a menudo, tras sus pasos, a
las clases de trabajadores industriales.
El cambio fue más dramático en los desmoronados imperios de naciones
europeas, donde los intelectuales expatriados descubrieron que la historia, tal
como la habían conocido – la historia que conquista y administración colonial
- había sido tomada por la nueva
necesidad de construir las historias de gentes que ellos habían imaginado sin
historia.
Fue a partir de
este desafío africano que surgió el primer estudio serio de fuentes orales para
la historia: De la tradition orale, Essai
de mèthode historique (1961; traducido como Oral Tradition, 1965). Pero
en los mismos años de post guerra se iniciaron programas nacionales para
registrar la historia de la lucha subterránea de la guerra en Italia, Francia y
Holanda, casi indocumentada por su naturaleza, y archivos comparables fueron
iniciados en Polonia e Israel. Más allá
de esto, como en respuesta al nuevo poder del movimiento laboral y tras él la
gente común, llegó un florecimiento de historia del trabajo y a partir de allí
una crecientemente ampliada historia social.
Quizás el desafío más importante de todos vino a continuación: la
renovación de los contactos entre la historia y las ciencias sociales, y en
particular, con la sociología y la antropología. En Inglaterra, un importante punto de
crecimiento estuvo en los cursos interdisciplinarios de grados en muchas
universidades nuevas. En Escocia,
Irlanda y en Gales – y en los trabajos pioneros de George Ewart Evans – una
corriente paralela fue provista por la influencia de la etnología
escandinava. Para todas esas
disciplinas, la entrevista era una fuente fundamental de evidencia.
Así, sus
experiencia con las fortalezas y las debilidades del método podía ahora ser
compartidas. Igualmente importante fue el antropólogo Oscar Lewis en Los hijos de Sanchez (1961) y Pedro Martínez (1964), quien fue el
primero en demostrar el extraordinario poder de la entrevista de historia de
vida para combinar intelectualidad original con una apelación imaginativa a una
amplia audiencia popular. Sus libros
proveyeron el punto de ruptura que seguiría con la historia oral popular: Akenfield de Ronald Blythe (1969) en
Inglaterra, Division Street: America
de Studs Teruel (1967), y más tarde, en Francia, Le Chaval d’Orgueil de Pierre Jakez Helias (1975, traducido como The horse of Priede, 1978), y en Italia Il Mondo dei Vinti: testimonianze de vita
cotidiana, de Nuto Revelli (1977: “The
World of the Defeated: testimonies of countrty life”). Inevitablemente,
muchos historiadores permanecen dubitativos.
Pero otros, especialmente en Historia Oral y en nuevas ramas – historia
familiar, historia comunal y más tarde, historia de mujeres – rápidamente
vieron el potencial de la nueva propuesta. Le dio acceso por primera vez a la
experiencia de grupos sociales que habían estado “al margen de la historia”,
largamente excluidos de los registros documentales, talos como mujeres, niños,
trabajadores temporales, los pobres y los desviados, los no organizados. Igualmente importante, abrió la posibilidad
de transmitir la historia a través de la palabra de la gente común, creando así
una historia que les era mucho más significativa a ellos. Porque ellos reconocían que aquí estaba la
génesis de una nueva forma de escritura histórica: una forma de historia que,
en tiempos de cambios sociales imprecedentemente acelerados en Europa Oriental,
respondía a la profunda necesidad de redescubrir raíces mediante las
experiencias individuales compartidas.
Esto es lo que ha convertido a la “historia oral” en un movimiento
internacional.
Esto no
significa subestimar los problemas que trae la historia oral, lo que vuelve a
las razones del escepticismo de muchos historiadores hacia el método. Dos dificultades han sido especificadas: la
confiabilidad de la memoria y la representatividad. La memoria es ciertamente selectiva y su
precisión dañada por la supresión inconsciente, por la confusión de un evento
con otro y por una creciente pero firme pérdida a través del mero paso del
tiempo. Pero el estudio de los procesos de la memoria ha mostrado que
inmediatamente después de una experiencia se da lugar una drástica selección en
la formación y la organización de la memoria.
Incontables casos de testigos en la corte han sido tan conflictivos
respecto de lo recordado, lo mismo horas o días tanto como años después del
suceso. Esto significa que con la excepción de la filmación o grabación
directa, casi toda la documentación “contemporánea” – esté en diarios, cartas o
en Comisiones Reales – también pasa por el proceso de selección de la
memoria. Más aun, aunque hay una
continua pérdida de memoria a lo largo del tiempo, ésta es relativamente lenta,
y en la edad avanzada es comúnmente compensada por una renovada claridad de
memoria temprana en la fase de la “revisión
de vida”. Otra ventaja para balancear es
que – excepto quizás con las figuras públicas – la gente más anciana
generalmente acepta hablar de más buena gana acerca de aspectos menos positivos
y aceptables de sus vidas de lo que hubiera sido cuando ocurrieron los hechos –
incluyendo los casos extremos de actividad criminal. Así que hay menos
supresión o distorsión deliberada de
la información que con la evidencia contemporánea. En resumen, las
consideraciones acerca del problema de la memoria de la evidencia, debería
dirigir a los historiadores a mayores cuidados con toda clase de evidencia, en
vez de simplemente confiar en documentos, como contraposición a las fuentes
orales. La mayoría de nosotros, por ejemplo, somos muy cautelosos respecto de
lo que leemos en la prensa diaria, ¿pero somos igualmente escépticos cuando
reunimos evidencias de los volúmenes de diarios del pasado?
El testimonio
oral, como cualquier otra evidencia, tiene que ser evaluado tanto en términos
de su consistencia interna, como comparada con evidencias de otras fuentes. Más
aun, los individuos difieren marcadamente en el rango de detalles
memorizados. Hay gente excepcional que
puede recordad todas las casas habitaciones y los sitios particulares de su
villa, o describir toda la organización de una fábrica sesenta de sesenta años
atrás. Pero usualmente la experiencia
directa es mucho más confiable que la indirecta. Pautas repetidos de la vida cotidiana son
mejor recordados que un evento simple y las actitudes son mejor grabadas mediante
lo que se recuerda que ocurrió o se hizo.
La calidad de la memoria también depende crucialmente del estilo de la
entrevista. El historiador tiene que
aprender a animar a un informante, a escuchar[4]
y por sobre todo, nunca interrumpir; pero por otro lado a debe llegar con
preguntas fuertes (directas, controversiales) y una secuencia de tópicos en la
mente, de manera que el informante sea puntual y suavemente guiado a lo largo
de la discusión. Esto traerá resultados más ricos que el regiamente estructurado
cuestionario de entrevista – o para que decir, del agresivo estilo de tanta
radio y televisión.
El problema de la representatividad también
hace surgir la cuestión que de aplica toda forma de evidencia histórica pero
que aún así ha sido muy poco considerado por los historiadores. Porque los documentos dejados por el pasado
no son, como muchos creen, una sección accidental, dejada al azar, de aquellos
que existían originalmente. Ellos han
sido seleccionados para la
preservación, usualmente por miembros de los grupos sociales gobernantes o
educados, porque creyeron que eran significantes. Esos documentos reflejan, por lo tanto, la
estructura de poder y los prejuicios de su tiempo. Todas las oficinas de registro de los
Condados británicos tienen volúmenes de cartas intercambiadas entre los
miembros de la elite dueña de la tierra, pero ¿cuántos condados han adquirido
solo una simple caja de las millones de tarjetas postales intercambiada por la
población ordinaria en las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial?
Por la misma
razón tenemos que ser cuidadoso para decidir a quién entrevistar. No es
suficiente comenzar con la tía favorita o el sirviente de la familia y
simplemente seguir las direcciones que ellos sugieren. Hay dos terrenos
apropiados para seleccionar informantes. Primeramente, hay gente de especial
interés, ya sea porque, para la cuestión en estudio, tiene particularmente una
memoria total, o porque su experiencia
de vida fue excepcional o crítica: secretario del movimiento o dueño de la
empresa, por ejemplo. Segundo, hay
informantes escogidos como “representativos” debido a su membresía a un grupo
muy amplio. En cualquier conjunto de
entrevistas es importante asegurar un balance de perspectivas. Esto se logra en
las encuestas mediante el muestreo aleatorio, pero como la muerte ataca
desigualmente – los mineros mueren mucho más jóvenes que los profesores, los
hombres antes que las mujeres, etc. – un muestreo aleatorio no puede reflejar
al pasado exactamente. El historiador oral, por lo tanto, necesita construir un
muestreo por cuotas, un número de representantes de cada tipo de informante que
se necesita que se necesita, identificando las divisiones sociales claves del
lugar y periodo en estudio – entre hombres y mujeres, entre ocupaciones,
religiones, razas, generaciones, etc.
Los informantes de cada categoría deben ser entonces escogidos por una
variedad de medios – a través de contactos personales, llamadas de prensa y
radio, centros de reunión, trabajadores sociales y médicos – así, ampliando más
la base y asegurándose que, hasta donde sea posible, ellos también sean
escogidos desde diferentes redes sociales informales.
Una vez
comenzado, casi con certeza se encontrarán otros dos problemas. El primero es la trascripción. Las grabaciones de cintas son documentos
primarios en las entrevistas. Pero no son un medio de uso práctico ni en el
trabajo de investigación, ni al escribir.
Es esencial transcribirlos si el material va a ser completamente
explotado. Sin embargo, transcribir es
caro y consume tiempo: en general, toma seis horas de escritura a máquina por
cada hora grabada. Todo proyecto importante de historia oral debería tomar en
cuenta este costo en su presupuesto, porque de lo contrario este material será
efectivamente inútil. En la
investigación personal, para el historiador individual, es posible una solución
alternativa en la forma de toma de notas a la grabación en vez de la
trascripción, excepto para secciones que se ven apropiadas para ser citadas.
El segundo, más fundamental
surge al escribir el material. Porque
las entrevistas de historia oral pueden probar que son sorprendentemente
difíciles de integrar con las formas de historia convencional. Su misma fortaleza; sus giros particulares y
locales de frases; su autenticidad de detalles personales; su soterrada
indicación acumulativa de la calidad de los sentimientos dentro de una familia;
su coherencia alrededor de un simple camino de vida; significa que a menudo,
estos pueden ser manejados como un documento directamente editado, que dividido
en fragmentos para ilustrar un argumento histórico. Es debido a esto que muchos historiadores han
escogido derechamente publicar sus resultados como documentos orales, más o menos en la forma establecida por Oscar
Lewis. Hay ahora muchos grupos
comunitarios en Gran Bretaña, como Centerprice
en East London o Queenspark en
Brighton, que publican folletos de testimonios orales para audiencias locales
particularmente grandes. Algunos proyectos de escuela han seguido su
ejemplo. Del mismo modo, a nivel
nacional, algunos de los libros de historia oral más poderosos y reveladores
han sido autobiografías individuales, como All
God’s Dangers (1974) de Theodore Resengarthen, la vida de Nate Shaw, un
iletrado cosechador de Alabama, o East and
Underworld (1981) de rápale Samuel, con su historia de crimen urbano,
corrupción y pobreza, o The Pillen
(1981), el pueblo de Shakespeare a través de los ojos de un huérfano crecido
entre los prostíbulos y casas de acogida ocasionales. Con solo un poco mas de
trabajo editorial, selecciones temáticas de un grupo más amplio de vidas, como
el retrato de un pueblo galés de Melvyn Bragg, Speak for England (1976), o Fenwoman
(1975) de Mary Chamberlain, o Working
(1974) de Studs Teruel, pueden ser igualmente efectivos. Como las más simples y más directas formas de
presentar un testimonio oral, esas dos formas de documento oral han probado ser
las mejores una y otra vez.
Hay una
dificultad, sin embargo: porque justamente como al documento se la dejado
hablar por si mismo, en esta forma de presentación, el historiador se cuida de
usarlo en una discusión explícitamente histórica. Esto se hace, ya sea separadamente o en
paralelo en estudios más extensos. Así
en mi propio The Edwardians (1975), y en el registro maestro de la Guerra Civil
Española de Ronald Fraser, Blood in Spain
(1978), secciones de testimonios en formas diferentes (Fraser tiene tanto vidas
completas como temas e incidentes) son entretejidos con otras secciones de
discusiones interpretativas. Esta forma de organización permite una respuesta más amplia a los diferentes
valores históricos inherentes al material.
Le sigue,
también, de sus características fortalezas y limitaciones que las fuentes
orales serán mucho más útiles para ciertas clases de discusiones que para
otras. Su limitación más absoluta es, por supuesto, el tiempo. Hay solo unas pocas regiones excepcionales en
Europa occidental (en contraste con África, Asia o América Latina) donde las
minorías todavía mantiene tradiciones históricas independientes, como los
celtas de los límites Atlánticos de Gran Bretaña, o los Protestantes franceses
de las montañas Cévennes cuyas familias todavía recuerdan el exitoso desafía de
sus campañas guerrilleras contra Luis XIV, con más comprensión, como ha demostrado
Philippe Joutard en La Lègende des
Camisards (1977), que el reporte oficial del diario del periodo mismo. El
también mostró a través del igualmente excepcional descubrimiento de un
conjunto de entrevistas manuscritas de la década de 1730 por el Generan Antoine
Court que esas memorias locales retienen una destacable consistencia sobre
varias generaciones. Hay otras pocas regiones europeas, más notablemente en
Escandinavia, donde los historiadores tienen la ventaja de poder buscar en
archivos de evidencia oral fundados hasta cien años atrás. Pero la mayoría de esos casos son importante
solo como ejemplos de principio. En la práctica sólo podemos esperar recoger
evidencia oral sustancial y confiable para el periodo dentro de la memoria
viviente directa: lo que ahora significa desde 1900 en adelante.
Una segunda
limitación es cuando la preocupación principal esta puesta en los eventos.
Ciertamente el testimonio oral, si viene de participantes directos,
puede agregarle detalles a las descripciones narrativas. Pero casi invariablemente la mejor estructura
viene de la documentación contemporánea y la evidencia oral toma un rol
suplementario, a menudo como material de contexto no citado. Esto es porque su fortaleza radica mucho más
en describir lo que es normal, el patrón repetido y las redes sociales de la
vida día a día, que de los incidentes excepcionales; mientras que los registros
escritos, especialmente los diarios, se enfocan mucho más en lo último. Al revés, las fuentes orales tienen mucho más
valor en las formas de historia que se preocupan menos con lo que sucedió y
están más centradas en cómo funcionaba el sistema – social, político o
económico – y en documentar la experiencia típica de diferentes grupos
sociales. Nos permite construir por ejemplo, una historia de infancia, o
matrimonio, o pobreza, o lugar de trabajo completamente confiable – uno diría
“etnográfica” – talque, que no hay otra fuente que lo pueda proveer. Así Jerry White nos ha dado todo un libro
acerca de un solo bloque de viviendas en el Este de Londres, Rothschild Building (1981), retratando
la cambiante vida de una familia en lo económico, educación, sus prácticas
religiosas y sus perspectivas políticas de tres generaciones de una comunidad
de inmigrantes judíos, y sus lazos con la basta ciudad a su alrededor – un
libro que a mi parecer, es un avance importantísimo para una nueva clase de
historia urbana. Significantemente, está organizado no alrededor de la
narrativa, sino alrededor de temas.
Aun hay una
fortaleza mas para la historia de vida que escapa a este argumento
también. Porque cada historia de vida
individual debe moverse a través del tiempo con su propia narrativa y al
hacerlo cruza las fronteras entre el trabajo y el hogar, entre la política y la
cultura, entre lugar y lugar, detrás de las cuales la mayor parte de nuestra
evidencia y nuestros temas interpretativos – nuestro propio concepto, en efecto
– esta separados. La historia oral nos provee de una forma única para atravesar
esos límites. Nos permite, por ejemplo, estudiar los dos extremos de un proceso
de inmigración. Similarmente, nos ofrece
una forma de estudiar las movilidad social que se enfoca en las vueltas claves
de la vida, antes que en el comienzo y el final, en la cual, al observar los
cambios en términos de construcción del hogar igual que las ocupaciones, revela
el patrón de movimiento de las mujeres y no solo de los hombres.
Y la evidencia
oral nos permite explorar la interacción mutua de la familia y la economía en
un completo rango de contextos diferentes.
Esta ha sido mi propia preocupación particular en mi próximo libro Living the Fishing. Es igualmente la clave para la declinación
original de la declinación en el tamaño de las familias de la clase trabajadora
en Gran Bretaña – en muchas formas, el cambio simple más significante del
presente siglo – descrito por Diana Gittin en Fair Sex (1982). Los
demógrafos hace tiempo que han asumido que la limitación de la familia y el uso
del control de la natalidad es esparcido por la difusión de las actitudes de
las clases medias profesionales hacia abajo, en la escala social de las clases
trabajadoras: pero su investigación muestra que cambiaron sus prácticas de
control de natalidad por medio de canales de influencia independientes –
principalmente conversaciones en el trabajo – antes que cualquier influencia de
la clase media. En efecto, aquellas con
contacto más íntimo con la clase media, las sirvientas domésticas, son las que
recibieron menos consejos sobre limitación de la familia; mientras que los doctores
y enfermeros fueron usualmente poco útiles, sino positivamente desinformates,
hacia los pacientes de las clases trabajadoras.
En efecto, fue la aspiración y los esfuerzos mismos de las mujeres de la
clase trabajadoras las que proveyeron el momento crucial para el cambio. Las
implicaciones de estos hallazgos impactan lejos, no solo para la historia
misma. Sino que es característico de la nueva visón (insight) histórica que solo pueden ser alcanzados por medio de
la historia oral.
Podrimos
concluir con otra instancia cercanamente comparable. Los historiadores del trabajo, como los
sindicalistas, han asumido generalmente como “natural” que las mujeres
trabajadoras deban tomar una parte más débil en el movimiento sindical, que los
hombres, debido a sus vidas de trabajo más cortas y más interrumpidas. Pero Joanna Bornat ha mostrado a través de su
investigación sobre las mujeres trabajadoras textiles de Yorkshire[5],
cómo la conciencia de trabajo de las mujeres fue formada tanto a través de su
rol subordinado en el hogar como en la fábrica.
No solo encontraron sus trabajo por medio de la familia, buscaron
relaciones familiares para capacitarse en los molinos y una vez en el trabajo
entregaron su sueldo completo a sus madres,
fueron sus padres quienes les dijeron si unirse o no al sindicato y si
se unieron, fueron ellos quienes pagaron su suscripción semanal por ellas a
recolectores del dinero que llegaron, no a la fábrica, sino casa por casa. Así que la característica (machista) división
del mundo del trabajo y el hogar ha oscurecido nuestra comprensión de las
raíces de la conciencia de clase den las trabajadoras mujeres. Pero las mujeres
son un tercio de la fuerza de trabajo y la historia del trabajo que no las toma
en cuenta esta malamente fundada.
La historia
oral, en resumen, puede ofrecer introspecciones (insights) nuevas y
fundamentales a los historiadores. Esto
no significa que ofrece una panacea.
Porque todo lo que hemos recordado hasta aquí como el típico dominio de la historia – el
mundo de la política, la guerra y la diplomacia, e incluso para la historia
social antes de finales del siglo XIX – tiene relativamente poco que dar. Su potencial más grande esta más bien en la
oportunidad que nos da para recobrar para la historia tanto la humanidad común como la relevancia que una vez sostuvo.
Delineando por medio de los asombrosamente amplios rangos de experiencias
mantenidas en la memoria viva, la historia oral nos ofrece un medio para
conocer los cambios fundamentales de nuestro tiempo, y al mismo tiempo, por sus
propias palabras, de compartir con gente de todas las clases una comprensión
del impacto de la historia en sus propias vidas.
Muchas de las
cuestiones de principio y práctica que toco aquí son discutidas más
extensamente en mi libro, The Voice of
the Past (Oxford University Press, 1978). Discusiones regulares de método,
noticias y artículos sobre hallazgos son
publicados en Oral History, el
journal que aparece dos veces al año de la Oral History Society. (Información del
Departamento de Sociología de la Universidad de Essex, Colchester CO4 3SQ)
[1] También autor
[2]
Griots, en el original, músicos que
entretienen a la gente en Africa Occidental cuyas actuaciones incluyen
historias tribales y genealogías de clanes y familias.
[3]
En este caso, abreviación para Whiggamore, miembros de un grupo escocés
que marcharon sobre Edimburgo en 1648 para oponerse al partido de la corte,
porque también se designaba con ese nombre los miembros o simpatizantes de uno
de los grupos políticos británicos más grandes de fines del Siglo XVII hasta inicios
del Siglo XIX, que buscaba limitar la autoridad real e incrementar el poder del
parlamento.
[4]
Dice: “The historian has to learn to
encourage an informant to listen, above all never to interrupt;” La traducción literal debería decir “El
historiador tiene que aprender a animar a un informante a escuchar, y por sobre
todo a no interrumpir nunca”. Siguiendo
el tenor del artículo me parece más acertada la traducción primera.
[5] Joanna Bornat, “Home and Work: a
New Context for Trade Union History”, Oral
History, 5, 2 (1977).